«Llevamos el salitre en la sangre»


E
n el mar hay muchos oficios que, tradicionalmente, han sido desarrollados por mujeres. Los barcos, puertos, muelles y lonjas han sido su lugar de trabajo; el mar y el pescado, sus compañeros de faena; y el esfuerzo, la humedad y el agua, su duro día a día. Madres, mujeres, hijas… habitualmente de larga tradición familiar pesquera, que durante generaciones han mantenido oficios que hoy en día están en peligro de extinción.

Ellas fueron y siguen siendo rederas, empacadoras y neskatilas, pero puede que ésta sea la última generación de unas mujeres que representan todo lo que es la mar. “No me veo trabajando en otra cosa que no esté relacionada con las escamas porque es una forma de vida”, dicen unas; “llevamos la salitre en el sangre”, aseguran otras. Son ‘mujeres del mar’ pero, ¿cómo ha evolucionado su figura a lo largo de los años? ¿Cómo ven el futuro?

“Llevamos muchos años luchando por que se nos intente reconocer”, lamentan Jone y Begoña, empacadoras. De hecho, fue hace apenas cinco años cuando consiguieron que se les pusiera un epígrafe en la seguridad social, porque no existía. “Algunas hicimos la cualificación profesional y tenemos la certificación profesional. Casi lo conseguimos cuando estamos desapareciendo”, añade con pesadumbre Ainhoa Vasco, presidenta de la Federación vasca de Mujeres del Mar. El siguiente paso, que previsiblemente será oficial este 8 de marzo, es incorporar un coeficiente reductor de la edad mínima para percibir la pensión de al menos el 0,15, es decir, lo que haría posible que estas mujeres puedan retirarse casi cuatro años antes de la que sería la jubilación ordinaria.

«Ha sido un mundo bastante difícil. Ahora, después de mucho pelear, se nos escucha, entiende y atiende»

“Ha sido un mundo bastante difícil, muy de hombres. Ahora, después de mucho pelear, las cosas han cambiado. Se nos escucha, entiende y atiende”, reconoce Ainhoa. “Nadie se imagina el trabajo que tenemos y el que hemos hecho, con años en los que hemos llegado a trabajar 20 horas al día. Sabíamos cuándo salíamos de casa pero no cuando entrábamos”, rememoran Jone y Begoña. Es por ello que el futuro no se presenta muy alentador. “Nadie quiere dedicarse a ello y tampoco me gustaría que mi hija fuera al puerto, porque antes sacabas un sueldo al mes, pero ahora no”, añaden las dos empacadoras. “Si yo tuviera una hija no me gustaría que se dedicara a esto porque es comprometerse a algo que no tiene futuro”, agrega la neskatila.

Ainhoa, neskatila: «Cada vez hay menos barcos, por lo que también habrá cada vez menos neskatilas»

Su figura es poco común en la mayoría de los puertos españoles. Sin embargo, en Bermeo, son alrededor de una veintena de estas mujeres (habitualmente familiares de los marineros, las esposas, hijas o hermanas) las que día a día se encargan de recibir los barcos cuando llegan a puerto. Mujer y madre de pescadores, Ainhoa es neskatila desde hace décadas (ahora con el barco de sus hijos). “Es una merlucera, salen a la mar todos los días en torno a las 2 o 3 de la madrugada, y vuelven a puerto sobre las 5 de la tarde. Cuando regresan tengo que estar en el puerto, descargamos el pescado, hago la nota para que manden el diario electrónico y luego seleccionamos el pescado, es decir, pongo las merluzas (o congrio) una por una en cajas en su tamaño, apunto el lote y se guarda en la nevera de la cofradía. Al día siguiente de madrugada tengo que bajar otra vez a la cofradía para poner ese pescado a la venta, para pesar caja por caja y exponerlo para que lo compren. Y a la tarde tengo que volver a bajar porque vuelve el barco, y todos los días así”, explica.

Su figura va de la mano de los pescadores y, teniendo en cuenta el complicado momento por el que pasa la pesca de bajura (cada vez hay menos barcos, hay poco relevo generacional…) no es difícil darse cuenta de que “no hay relevo generacional porque tampoco lo hay en la pesca”, lamenta Ainhoa. “Las cosas cada vez están peor en la pesca de bajura (cada vez están más restringidos, aumenta el precio del gasoil, que si las cuotas…). Veo el futuro muy oscuro porque cada vez hay menos barcos, por lo tanto, también habrá cada vez menos neskatilas y rederas, no hay trabajo para todo el mundo”.

A ello hay que añadirle que se trata de trabajos en los que no hay un sueldo fijo (por ejemplo, las rederas trabajan por horas y las neskatilas trabajamos a la parte, es decir, en base a lo que gana el barco, una parte es para ellas así que si el barco no pesca, no cobras). “Yo he estado trabajando en una fábrica, iba al puerto a las 4 de la mañana y a las 7 empezaba mi jornada en la fábrica hasta las 3 de la tarde, pero como no podía dejar el barco, cuando el barco llegaba tenía también que ir a atenderlo”, recuerda la neskatila. Y, sin embargo, es un oficio sin el que Ainhoa asegura que no podría vivir: “no me veo trabajando en otra cosa que no esté relacionada con las escamas porque es una forma de vida”, admite.

ODS 8

Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todas

ODS 10

Reducir las desigualdades y garantizar que nadie se queda atrás forma parte integral de la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Jone y Begoña, empacadoras: «Nuestro trabajo estar estar levantando cajas de 30 o 40 kilos de peso»

“Nosotras seleccionamos el pescado, lo pesamos, lo ponemos en lotes… Muchos creen que es un trabajo fácil en el que estamos sentadas, y lo que realmente hacemos es levantar cajas de unos 30 o 40 kilos”, detallan. Su jornada empieza cuando reciben la llamada de que los barcos llegan a puerto. “Los armadores tienen una mujer que nos llama al resto. Así que cuando nos llaman, bajamos a la lonja y nosotras seleccionamos todo el pescado que traen, pesamos caja por caja y lo colocamos en su lote cada uno -y si hay más pescado variado lo vamos clasificando por kilos, tamaño, color… lo volvemos a pesar y va a su lote-”, explican.

Un trabajo que suena duro de por sí, pero que antaño fue aún más difícil. “Hoy en día trabajamos de día, pero antiguamente solíamos bajar al puerto a las 7 de la tarde y no volvíamos a casa hasta las 7 de la mañana, de domingo a miércoles. Haciendo un barco, luego otro y otro… Ahora apenas hay barcos, así que cada una tiene una empresa que le llama y trabajamos solo el domingo”. También ha cambiado la cantidad de pescado con la que trabajan. “Cuando empezamos (hace más de 30 años) eran todo cajas grandes de madera que pesaban muchísimo más. Hoy en día trabajamos con cajas más pequeñas de plástico, aunque sigue habiendo algunas grandes, pero muy pocas”.

«Ahora solo trabajamos los domingos, pero antes bajábamos al puerto de domingo a miércoles de 7 de la tarde a 7 de la mañana»

Y, pese a todo, no podrían vivir sin el mar cerca. “Nuestros padres, hermanos, maridos… están relacionados con este mundo, no hemos conocido otra cosa y nos gusta nuestro trabajo. Llevamos en ello toda la vida y llevamos el salitre en la sangre”, admiten orgullosas.

«Imagina que todo lo que quieres sale por la boca del rompeolas y no sabes lo que va a pasar»

Pero ser una ‘mujer del mar’ no significa solo trabajar en el puerto, la lonja o los barcos. Una ‘mujer del mar’ también es aquella que espera en casa cuando su padre, su marido, sus hermanos o hijos salen de campaña. “Yo tengo a mi marido y a mis dos hijos en la mar. Un hijo de 26 y otro de 21 que están juntos en un barco, y mi marido que está en otro. Imagínate que todo lo que tienes y quieres sale por la boca del rompeolas y no sabes lo que va a pasar. Yo siempre digo que no hay barco grande en la mar, que todos son cáscaras de nuez. Es angustioso, por ejemplo, cuando van al bonito y están 20 días en Las Azores, que todos los días te llaman a las 9 de la noche; pero un día no lo hacen (puede que porque en ese momento tuvieran faena y te llaman a las 11 de la noche), pero durante esas dos horas es increíble las vueltas que puede dar tu cabeza”, expresa con pesar Ainhoa.